dijous, 9 de febrer del 2017

La Conjura de los Necios







La Conjura de los Necios

John Kennedy Toole

ISBN978-84-339-2042-3

Págs: 392
 
Traducción: J.M. Álvarez Flórez y Ángela Pérez



Editorial Anagrama, S.A. «compactos»

Primera edición en «Panoramas de narrativas»: 1982
Primera edición en «compactos»: 1992
Cuadragésima edición en «compactos»: Octubre 2015 



John Kennedy Toole

Nació en Nueva Orleans en 1937, una manguera previamente introducida en el tubo de escape de su coche en marcha y que conectó a la ventanilla de atrás se lo llevó en 1969. Podría haber fallado; podría haberse acabado la gasolina, podría haberse salido la manguera por un golpe de viento, podría haber habido un terremoto y desbaratado su macabro plan. Sin embargo, nada de esto sucedió. Se fue porque le tocaba irse y nos dejó sin su talento literario.
Tenía 31 años.


Todo habría acabado ahí, pero quiso entonces la Rueda de Fortuna girar por fin hacia arriba. Fue en el momento en que su ya anciana madre, Thelma Ducoing Toole, con el manuscrito de “La Conjura de los Necios” en la mano se puso sin saberlo bajo el amparo de Hermes, Dios protector de los sueños, los caminos y del comercio.
La señora Toole, inicialmente se erige como una especie de Juana de Arco que escuchaba en la novela de su hijo las voces de algún Dios susurrándole las bonanzas de la obra y emprendió una peregrinación infatigable, asediando con el tocho manuscrito editorial tras editorial. Como mujer de armas tomar estaba equipada con una voluntad férrea y una fe ciega en la calidad del trabajo literario de su hijo. El paquete, ya de por sí abundante en hojas, se fue haciendo cada vez más pesado añadiéndose a él el peso de las negativas que ella iba recibiendo tras cada asedio. A pesar de ello la señora Toole no desistió en su empeño y convencida de que lo que llevaba era muy bueno siguió su particular gira. Dijo Confucio (551a.C.-479a.C) que se puede quitar a un general su ejército, pero no a un hombre su voluntad, y de eso tenía, y de sobra, la madre de John.
Y como donde no falta voluntad siempre hay un camino, un día quiso que Walter Percy,
profesor de la universidad de Loyola, se cruzara en él y accediese a recibirla. Como el mismo Percy reconoce: la señora fue tenaz.
Se preguntaba el profesor ¿Por qué iba a leer el manuscrito de un autor desconocido, que además estaba muerto y que entregaba una madre obstinada? — con estas palabras se intuye que muchas veces los editores van a lo seguro. A la tradición literaria. ¿Para qué arriesgarse con autores noveles?

— Porqué es una obra maestra, respondió la madre.

Finalmente le concedió unos minutos. Su sueño se estaba cumpliendo. La señora Toole se presentó ante él con el tocho; una copia en papel carbón apenas legible. Es de agradecer que este profesor dedicara un tiempo a la obra. Sin la persistencia de la señora Toole ni la oportunidad que le ofreció el Sr Percy no hubiésemos conocido ni el libro ni a su protagonista.
Como explica el mismo Percy en el prologo de la novela, empezó a leer primero con la lúgubre sensación de que no era tan mala como para dejarla; luego con un prurito interés; después con emoción creciente y, por último, con incredulidad. ¡No era posible que fuese tan buena!

La publicó entonces en una pequeña editorial y pronto le llegó el premio Pulitzer.
Este premio fue controvertido. Era un homenaje póstumo a un autor desconocido. Por lo general no se homenajea a los desconocidos. Menos aún a los desconocidos muertos. Hay teorías que insinúan que quizás el inusual premio fue un intento de dar valor económico a la obra que pasó de ser un tocho de papeles apenas legible de un absoluto desconocido a una obra maestra.
El mismo premio tuvo sus consecuencias inmediatas.
Se buscaron culpables al suicidio de John, achacando su muerte a no haber podido publicar su obra.
La Conjura de los Necios se escribió durante los dos años que Toole estuvo haciendo el servicio militar en Puerto Rico. Luego estuvo en tratos con una editorial, Simon and Schuster, que quería publicarla pero le hacía cambiar algunos pasajes al autor a cada visita, durante dos años, de manera que nunca acababa de publicarse, pero ¿A caso no hubiese podido hacer John lo que hizo su madre? Buscar otras editoriales, peregrinar hasta dar con un Percy u otro que quisiera publicar la obra.
Los motivos solo los conoce John, quizás para él lo peor no era morir, lo peor era vivir y sentirse muerto por dentro.
Sin duda el tema es mucho más complejo que no poder publicar su obra.

El Pulitzer solo dio visibilidad a la tragedia que alimentó las voraces e incansables fauces de la prensa amarilla.
Pero con premios o sin ellos, La Conjura de los Necios es una obra maestra.

La publicación llevó a su madre, que seguía bajo los auspicios de Hermes —y en este caso como protector del comercio— de gira por platós de TV y entrevistas a la prensa, convertida ahora en la encargada de gestionar la fama póstuma de su hijo. Un día recordó que cuando John tenía 15 años había escrito ya una pequeña novela. “La Biblia de Neón”

(Publicado por la Editorial ANAGRAMA, 
ISBN:9788433966568 
Nº de páginas:192 págs. 
Encuadernación:Tapa blanda. 
Lengua:CASTELLANO)

Poco tardó en ir a buscarla y desempolvarla de entre los recuerdos de su hijo. La novela, arrastrada por el rebufo de la fama de La Conjura de los Necios sería de imediato publicada pero a causa de leyes estatales anticuadas y enredos judiciales por temas de herencia y derechos, la madre de John se opuso a su publicación, hecho que modificaría en su testamento poco antes de morir en agosto de 1984. A pesar de ello, los litigios prosiguieron hasta su publicación en 1987.


Hasta este punto hemos visto el desvivir de una madre abnegada para que se publicase la obra de su hijo muerto por voluntad propia y los enredos judiciales póstumos que provocó entre los herederos el bocado suculento de "La Conjura"

Pero, ¿qué hay de aquél que nunca vio su obra en las librerías?

John Kennedy Toole, el genio que hay detrás de las letras, fue maestro en un colegio de secundaria de Nueva Orleans mientras buscaba doctorarse en lengua inglesa y vivía en la casa familiar cuya precaria situación económica aliviaba con su sueldo. John fue siempre cauteloso y reservado. Solo unos pocos amigos sabían que era escritor y que había presentado un libro a una editorial. Poco más se conoce. Su vida debió de quedar eclipsada por las gestas póstumas de su madre.


Por mi parte, poco he tardado en traer a la Biblioteca de Lymus este clásico. Seguramente haya influido el hecho de haberlo leído cinco veces, una por cada vez que tuve que volver a comprarlo tras prestarlo y que no se me hubiese devuelto. Debo dar la gracias a este hecho pues la novela, como se ha reseñado en numerosas ocasiones y como el mismo Percy indica en su prólogo, mejora tras cada lectura.
Aun así, a pesar de mi entusiasmo con la obra, no me resulta nada sencillo hacer una reseña de “La Conjura de los Necios”.  Mis palabras, que solo pueden ser de admiración, ni tan siquiera se acercan a la grandeza de las que se esconden entre las páginas del libro del que os hablo.
Mi intención es entonces despertar curiosidad, que lo conozcáis y lo leáis y que ocupe un sitio de honor en las estanterías de vuestra Biblioteca.

En cuanto a la novela, se trata de un gigantesco tratado que contrapone el dramatismo de sus acontecimientos y de sus personajes decadentes al de la brillante y particular lógica de un narrador superlativo, extravagante y elocuente; ante los cuales el lector no puede más que reírse. Reírse a carcajadas.
La Conjura de los Necios es una historia histriónica, delirante y muy inteligente, una crítica a la sociedad filtrada por la mirada azul y amarilla su protagonista, Ignatius J Relly, un personaje que ha sido calificado como una mezcla de Oliver Hardy delirante, Don Quijote adiposo y Santo Tomás de Aquino perverso reunidos en una persona.
Es la visión de Ignatius la que hace que el libro suceda. Es este personaje un ser gordo, enorme, "elefantístico". Un medievalista disparatado que se halla forjando, en la penumbra de su dormitorio, un claustro sucio perfumado por las sus emanaciones corporales y entre eructos monstruosos, una extensa denuncia contra nuestro siglo, el cual según su eminente y particular visión carece de teología y geometría.
Inspirado por La Consolación de la Filosofía del santo Boecio 480-524 escribe sus grandes soflamas y particular visión del mundo que no pueden en ningún caso ser consideradas como peroratas. Lo hace escribiendo extensos párrafos en cuadernos Gran Jefe que tapizan, amontonados de cualquier modo, el apestoso cuarto.

Sirva este fragmento como ejemplo extraído de la misma obra:
Al desmoronarse el sistema medieval, se impusieron los dioses del Caos, la Demencia y el Mal Gusto. Tras el periodo en el que el mundo occidental había gozado de orden, tranquilidad, unidad y unicidad con su Dios Verdadero y su Trinidad, aparecieron vientos de cambio que presagiaban malos tiempos. Un mal viento no trae nada bueno. Los años luminosos de Abelardo, Thomas Beckett y Everyman se convirtieron en escoria; la rueda de la Fortuna había atropellado a la Humanidad, aplastándole la clavícula, destrozándole el cráneo, retorciéndole el torso, taladrándole la pelvis, afligiendo su alma. Y la Humanidad, que tan alto había llegado, cayó muy bajo. Lo que antes se había consagrado al alma, se consagraba ahora al comercio. Mercaderes y charlatanes se hicieron con el control de Europa, llamando a su insidioso evangelio ‘La llustración’.”

Esta es la base filosófica del pensamiento de Ignatius.


La genial novela empieza cuando este se ve arrastrado a vagar por las calles de Nueva Orleans en busca de trabajo para pagar los gastos ocasionados por su madre en un accidente de coche mientras conducía ebria.

¡Trabajar! El trabajo es para el protagonista algo humillante, decadente y totalmente inconcebible. Su búsqueda lo aboca a encontrarse con la sociedad con la que mantiene una relación de repulsión mutua.
Sus pasos le llevan a vivir desventuras en diversos empleos, situaciones que a nuestros ojos son absurdas y surrealistas pero que narradas por el protagonista y justificadas por su visión del mundo son un drama y una injusticia de proporciones gargantuescas — por usar un término de la novela.

Y ¿porqué escribir sobre La Conjura de los Necios? Me siento pequeño escribiendo sobre la colosal obra desde mi posición de aficionado a la lectura. Pero no puede ser de otra manera. Necesito este libro en la Biblioteca. Y lo daré, para comprarlo de nuevo, tantas veces como sea necesario.
La última vez que presté el libro a un amigo viajó a China llevándolo en su mochila para volver sin él. ¡Que viaje para Ignatius J Relly! ¡Qué terrible destino para quien la única vez que salió de su ciudad natal fue para ir a Baton Rouge en un traumatizante viaje en autobús! Debe de estar horrorizado, aullando, dentro del libro y seguro que me azotaría hasta hacerme perder el conocimiento por mi absoluta osadía y falta de decencia. Espero noticias de su abogado. Pues Ignatius amenaza así, usa al sistema contra el sistema. Quizás por mandarlo a China, su válvula pilórica se haya cerrado para siempre. La válvula es un elemento recurrente en la novela, pues mantiene la salud de Ignatius en un equilibrio crítico causándole problemas desproporcionados, al cerrarse repentinamente, al menor contratiempo. O quizás haya muerto... ¡Oh! ¡Dios mio! Puedo escuchar sus chillidos desde esta cómoda biblioteca. O quizás y puede que lo más seguro, con sus elegantes discursos y sus diatribas contra la sociedad haya ido seguido buscando trabajo para subsistir. Aunque para mi lógica (que no la suya) serán siempre empleos abocados al fracaso.
Lo imagino como funcionario administrativo en alguna institución, como vendedor ambulante de rollitos de primavera, echando mano de su experiencia vendiendo salchichas en la calles del poco decoroso barrio francés de Nueva Orleans empujando un carrito para “Vendedores Paraíso” como o como militar, ¿Quien sabe? Sus ínfulas y sus metas son tan grandes como él. Eso si, un militar grotesco y delirante seguramente mandando fatuas epístolas a Kim Jong-un. A Ignatius le gusta mandar cartas.

Se ha intentado clasificar y sobre todo justificar La Conjura de los Necios. Justificar el porqué de Ignatius J Relly. Dando, entre otras, su su presunta locura como respuesta.
En mi opinión, Ignatius no está loco. Solo es un ser de otra época, con elocuencia, elegancia y decencia que va más allá de cualquier etiqueta o diagnóstico. Ignatius es todo esto y más pero sobre todo Ignatius es de verdad, a pesar de resultarnos extravagante, superlativo, monstruoso... Sus delirios no son impostados y él no debe justificar nada.

Dejo pues La Conjura de los Necios en la estantería de la Biblioteca de Lymus. Soy consciente de que una tercera lectura de esta reseña no tendrá el efecto que tiene leer el libro por tercera vez. Pero, ¡Qué demonios! La vida es un suspiro y quien no haya leído La Conjura de los Necios se pierde una de las obras más grandes de la literatura contemporánea.

Así pues, como la amo, lo pongo con cuidado en su estante.

Además es amarillo, el color que más me gusta.

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